martes, 5 de septiembre de 2017

CEMENTERIO de COFETE


En la actualidad, Fuerteventura cuenta con un total de doce cementerios y salvo aquellos con emulaciones neoclásicas como los de Pájara o Puerto del Rosario, y los de reciente construcción, los demás responden en su sencillez, a la estética tradicional insular, con tapias de piedra y cal y pequeños remates piramidales. Hasta principios del siglo XIX, los enterramientos de la isla se hacían bajo el suelo de las iglesias de Betancuria, excepto los de Jandía que, dada la distancia, los efectuaban en Cofete, cementerio que fue utilizado hasta la década de los cincuenta.

Nos situamos dentro del Parque Natural de Jandía, que se encuentra en la punta sur de la isla en la carretera local sin asfaltar desde Morro Jable hacia el Faro de Jandía, y Cofete, nuestro fínal de ruta.
A los pocos minutos de recorrido, comienzo a echar en falta un vehículo todoterreno. Recorridos unos kilómetros entre polvo, curvas y cabras encontramos un indicador con el desvío de la pista que nos remonta montaña arriba hasta alcanzar la cúspide donde se encuentra un espectacular mirador.

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El panorama que aparece ante nuestra vista es impresionante. Comenzamos a descender por el camino de tierra, apenas nos cruzamos con un par de conductores, el fuerte viento no cesa de zarandear el coche y las curvas son pronunciadas pero hay que seguir por la tortuosa carretera que lleva a este apartado municipio majorero; el Caserío misterioso enclavado, posiblemente, en el lado más agreste de Fuerteventura. Nos deslumbra la calidad natural de su entorno y el hecho de que el espacio haya quedado fuera del desarrollo urbanístico gracias a su declaración como Parque Natural. Ha sido un gran logro para las generaciones futuras que la zona no se haya urbanizado y es lo que realmente diferencia este lugar del lado más poblado y turístico en el sur de la isla. La zona, además de su importante, flora y fauna, cuenta con el proyecto de recuperación de la tortuga boba que se desarrolla en la localidad, la visita a Cofete merece una corta parada pero muy especial.

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Desde el mirador de Cofete, junto la escultura al pastor, muy cerca del bar restaurante de José Viera hay un pequeño local, con fotos y textos que explican la historia de Cofete. Nadie nos recibe a la entrada, las puertas están abiertas invitando a pasar, a poca distancia del poblado principal se puede ver en la orilla de la playa el modesto cementerio.

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Una vez en la playa, si te colocas frente a la línea del horizonte salado y miras hacía un lado y otro, solo ves kilómetros de playa desierta, allí hasta donde se pierde la vista se encuentra la extensa línea costera de Cofete, con casi 14 kilómetros de finas arenas doradas, rodeada de las montañas de Crestería de Jandía una cordillera de montañas especie de muralla natural aislando el lugar del resto de la isla y quizás del mundo. El sobrio cementerio marinero de Cofete parece hablar del aislamiento de sus habitantes y lo duro que era la vida en la zona.

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Este sencillo camposanto no está diseñado como un recinto cerrado, su puerta no tiene cerrojo que detenga tus pasos, no hay caminos, todo el recinto está cubierto por el manto fino de la arena de playa. Su espacio solo queda delimitado por una pequeña valla que las dunas caprichosas formadas por el fuerte viento ganan en altura creando puentes de acceso. Arena piedras y sencillas cruces de madera, eso es todo. A falta de esculturas y otros ornamentos, en conjunto por su sencillez es un espacio sublime, sobrio y apacible.

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El cementerio se encuentra en la misma playa, casi bañado por la espuma del océano sin resguardo del impetuosa fuerza del viento que azota la isla, permanece detenido en el tiempo, esperando en silencio, un silencio solo roto por las olas del Atlántico que enfurecidas por la corriente parecen lloran por los allí sepultados y excusarnos a los vivos en el dolor que se lleva por dentro.

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Cambiando la fría apariencia de un cementerio moderno tradicional y la sensación de soledad, por la belleza de lo extraordinario por su sencillez, podría ser el último refugio para acoger eternamente las almas de cualquier soñador y romántico difunto. Y este podría ser su epitafio; En la playa más solitaria y limpia que jamás se haya visto quiero tener la fosa con el paisaje más hermoso que cualquier vivo pudiera imaginarse.


La belleza del entorno es un tesoro natural, su paisaje espectacular es único, su silencio produce un sosiego difícil de explicar y observar en lo alto las pocas casas que componen el tradicional y autentico pueblo majorero impacta y nos traslada a tiempos pasados.



La solitaria y aislada costa de Cofete con su inmensa playa siempre ha sido propicia para generar interrogantes, cuentos, leyendas, misterios, desembarcos, submarinos, espias nazis, túneles secretos..., y la verdadera fuente de tantas historias y leyendas que se cuentan sobre la zona en la isla; muchas de ellas alrededor de la construcción de la imponente Casa Winter, en una ladera de la montaña por ingeniero alemán, Gustav Winter. Su construcción se llevo a cabo en el año 1946, en el año 1985 se renovó parcialmente, realmente, la casa nunca se llegó a terminar y nunca vivió nadie. Cuando observas la magnitud de la imponente mansión se hace muy extraño ver un edificio así en un lugar de humildes casitas de piedra. En realidad, Gustav Winter nació en 1893 en Alemania y llegó en 1912 a nuestro país, donde acabó sus estudios de Ingeniería. A partir de ese momento, participó en la construcción de centrales eléctricas por toda España, incluidas las islas Canarias, que pisó por primera vez en 1926 y donde murió en 1971.


Cofete sigue siendo fuente de inspiración para muchas novelas, entre ellas: Los dominios del viento (Miguel Ángel Sosa Machín), Cerco de arena (de Enrique Nácher), Fuerteventura (Alberto Vázquez Figueroa) o Cofete (Ricardo Borges Jurado).

Las montañas allí encierran misterios y en las entrañas de la arena se encuentra la solución a un enigma, un sentimiento primigenio de paz que paseando por la playa interminable de arena blanca y agua cristalina nuestro espíritu recibe con recogimiento y serenidad, guardando para siempre un recuerdo especial en nuestra memoria.